jueves, 10 de marzo de 2011

Tema soledad

Para ella, por las maletas, la cinta canela, los ya no te amo.



No sé qué empeño tiene la vida en que el tema de hoy sea la soledad. Buena consejera, sin duda, pero dolorosa en extremo, como sólo pueden doler los partos. Difícil es recordar, ya sé que uno tiene que quedarse con las cosas buenas, con el presente, con lo que ya no duele, pero creo con firmeza en que recordar en definitiva no es vivir; es entender, corregir, aceptar, renunciar al egoísmo, perdonar y por ende amar.

Muchas veces recorrí la misma carretera con las mismas lágrimas y con Sakura en el vientre, y no puedo evitar sentir remordimiento al recordar lo sola que me sentía. Hoy recorrí esa misma carretera, con otras lágrimas, sin Sakura y con el recuerdo de la lechuza blanca frente al parabrisas, recordándome que a pesar del dolor las alas deben abrirse al vuelo, lanzarse al vacío del dolor para poder sanar.

He leído a Lobo y, caray, los recuerdos me llenaron de nuevo el corazón de agua, el alma de llanto viejo, de agua el corazón que supura en busca de salud. Pensé en maletas, en cenas en soledad, en ganas de sobrevivir el duelo, en brazos que fueron anclas en mi tormenta.

Llegar a casa sin Sakura me trajo de golpe de nuevo imágenes que creí caducas, como si necesitara recordar que hace un año comenzaba el tremendo camino de la reconciliación, de la aceptación, de la madurez, del amor.

Los días son otros, los dolores son otros, los amores son grandes y hermosos. Lloro ahora, supongo que de vez en cuando es bueno exorcizar estos demonios que se van tan lentamente, pero se van.

Lobo me repitió hasta el cansancio “todo va a estar bien” y yo necesitaba creerlo, aunque en el fondo del corazón se anidara el coraje y la incredulidad. Mañana todo estará bien para ella. Hoy todo está bien para mí, para nosotros, aunque sea difícil de creer, como bien reza un proverbio africano: “después de la tormenta siempre sale el arcoíris”.

jueves, 3 de marzo de 2011

Sándalo añejo

Y es que en donde estoy huele a sándalo
del añejo que se escondía en casa de la bisabuela
ese que se quedaba en cada intersticio
de la cajita de música donde vivía la bailarinita

Nunca entendí cómo podía ella estar siempre
bailando sobre el espejo
cómo era capaz de dar cien vueltas cada vez
que la cuerda volvía a tocar la misma canción

Y es que en donde estoy huele a sándalo
como que soy ella
la bailarinita de casa de la bisabuela.
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