viernes, 29 de abril de 2011

Feliz cumpleaños Sakura

Hoy hace un año viví uno de los días más importantes de mi vida, estaba en el hospital respirando hondo porque Sakura estaba por nacer. No recuerdo nervios, ni miedo, mi presión estaba alta y las contracciones hacían lo suyo; yo sólo me preocupaba porque ella naciera bien, estuviera completa y sana y así fue. Hace un año cambió mi vida para siempre y mis días son completos, hermosos, llenos de encanto.



Desde que soy madre he aprendido cosas que probablemente nunca puse realmente en práctica: paciencia, amor incondicional, admiración, sorpresa. Ser madre me ha hecho entender que la vida es un pergamino en el que escribimos desde que nacemos con la cotidianeidad de los días, y es un placer ayudar a Sakura a hacerlo justo ahora, mientras ella se prepara, mientras aprende a escribir con su propia tinta los días de su vida.


Definitivamente la mejor parte de mi vida son las noches en que nos acurrucamos a platicar lo que ocurrió en el día, ella se va arrullando mientras me platica y se duerme, y juntas soñamos; parece que el tiempo se detiene y me regala minutos que son una vida entera, cuando acaricia mi cara y mi pelo para dormir.


Le ayudo a escribir su vida, a hablarla, a caminarla, a comérsela entera y beberla en onzas de leche y de jugo de manzana; a construirla con bloques de plástico y a mecerla con amor con sus monos de peluche; a leerla en sus libros infantiles.

Ella baila y yo vuelo con sus miles de sonrisas, con sus ojos que pellizcan, con su voz que promete cantar diez mil canciones de blues con su papá.

Ella abraza y besa a sus hemanos-perros y yo me siento satisfecha por enseñarle que los animales merecen tanto amor y tanto respeto como cualquier ser vivo en este hermoso planeta.

Y nos abrazamos los tres, papá, Sakura y yo, y siento un placer inmenso de que nos amemos como hoy toda la vida.

¡Feliz cumpleaños Sakura!

jueves, 14 de abril de 2011

Mona


Una mona estaba en la ventana del primer piso. De esas de plástico duro, con marcas de tinta azul en la piel, con tres pelos que trajeron a mi memoria un poema de Cristina, con la mona pelona como protagonista. Era febrero, éramos veinteañeros, éramos felices, como hoy. La vida no había traído nada para ambos, tal vez una incipiente relación trunca, hasta que algo te hizo marcar mi número e invitarme un café turco. Esa tarde salimos del Madoka, enmarcado por un sol gris naranja, tu mano eléctrica abrió la mía, me hizo sonreír y mirar por la ventana en donde estaba ella espiándonos, desnuda, detrás de un vidrio roto, como su cuerpo. Siempre que recuerdo esa tarde sonrío, recuerdo el azul de tu coche, tu mano eléctrica y la mona pelona en la ventana, y que la vida, el futuro y la felicidad eran nuestras, que la promesa era nuestra. 
Después de varios años la vida nos ha traído más vida, el presente es el que nos pertenece y la felicidad se ha renovado y vive en nuestra casita al pie de la colina. La mona, parece que sigue ahí, mirando por la ventana, tiesa, seca, pelona, sola.
P.D. Tienes un DM. Te invito un café turco.

jueves, 7 de abril de 2011

Manto sagrado







Cuando una Moira llora
 las demás tejen un manto con sus lágrimas.



He despertado tejiendo de nuevo el manto.
Voz recién nacida me revienta los pulmones
y no se transforma en canción
no puede hacer tresillos en Mi mayor
ni mecerse en antiguos valses.


La Moira que soy tiene rotas las alas,
y aún conserva entero el corazón para tejer
el manto que abrigue dos corazones
que deben latir con fuerza
y comerse el mundo a cada sístole violenta.


No hay compás
no armonía
nula melodía que me haga bailar
alrededor del fuego de la luna,
pero el tercio de sonrisa que conservo
es aguja que zurce con lágrimas ajenas
dos almas que no se apagan a instancias del destino.


La Moira que soy apresura las manos
las lágrimas
y ahuyenta al destino,
cubre a las Moiras con el manto
con tres sonrisas
mientras bailan un vals en el fuego de la luna.
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