domingo, 22 de junio de 2014

Domingo

La noche de un domingo sabe a leche tibia.
Sabe a beso de niñas dormidas después de regalarse tres mil carcajadas,
a dulce de arroz
a soplo de viento fresco que se cuela en línea curva de columna vertebral.

Esta noche de domingo sabe a casa de sueños,
ronquera sinfín,
ausencia de espantos
porque ¿verdad mamá que los monstruos no existen?
porque no hija, sólo que tú lo desees.

Y es que me guardo en las poquitas horas
que le quedan de vida a este domingo,
en la pluma que no encuentro,
en el goce eterno de una casa pequeña
muralla de seis que se han jurado amor eterno.

Me refugio en esas brevísimas horas para escuchar el canto de los grillos,
el romance de las ranas que se han sumido en la eternidad del silencio.
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