lunes, 29 de agosto de 2011

Ultimatum

No creo que sea coincidencia ir por la calle pensando en todo lo que pasa en mi país, en mi vida, en la de otros, y encontrar esto.
Tampoco creo que sea así de fácil cerrar capítulos, quitar estigmas, sacar el cochambre a cacerolazos, pero vale bien la pena.
Creo que se vale decir, hacer y creer en lo que a uno le dé la gana.
Me toca prestar atención cuando la vida me llama a gritos, porque no creo que sea coincidencia.

sábado, 13 de agosto de 2011

Lluvia en las piedras

Herminia sale de las piedras cuando hay lluvia
cuando parece que el cielo se rompe de tanto tronar
y de tanto que caen del cielo las puntas
que agujeran su corazón.


Sale para dejar que lo penetren
que caven hondo
para que salgan chorros de sangre como emociones
como la vida que se le va mientras ve pasar a los perros.


Y es que con ella sale su vida
esa en la que lo sabe todo.


La lluvia le trae a la memoria
las risas compartidas
las lágrimas y los cantos,
los rezos en la punta de la lengua de las beatas
y las ganas de ser cigarra.


Y es que ella sabe de soledades
de huecos en la punta de las pestañas
de ecos que caen callados en las esquinas de su corazón perforado.


Y es que Herminia conjuga verbos 
como rayos de luna en el monte
aullidos de lobo en si bemol.


Cigarra, ave fénix, beata, prostituta renovada,
Herminia quiere ser la palma de la mano de los muertos
para dejar de predecirles la vida
-o la muerte que es lo mismo-
para empezar a escribir salmos que los lleven a bien morir debajo de las piedras.


Que caiga entonces la lluvia
les perfore el corazón
y canten
y lloren
y escriban historias en las palmas de las manos de los que se han ido a vivir.

martes, 2 de agosto de 2011

Una carta para ti

Hoy platicaba con una buena amiga (casi hermana) sobre lo poco que nos hemos visto últimamente y lo invariablemente cerca que de todos modo estamos. Me dijo que quiere hablarme para contarme cosas buenas de su vida y no para lamentarse de tal o cual cosa que le pasa o que me pasa y hacer una eterna quejica. Yo contesté lo que debía, si no es para eso, ¿para qué estamos los amigos?

Me quedó mi frase en la cabeza, ha ido venido en cada alto y siga, en cada carril de derecha o izquierda, mientras me estacionaba, mientras preparaba unas quesadillas para cenar (confieso que hice una pausa para arrullar a mi pequeño chimpancé) y trato de aclarar mis ideas al respecto mientras escribo.

¿Para qué estamos los amigos? Para divertirnos, lamentarnos, amarnos, mentar madres y echarnos a perder los unos a los otros. Yo no sé si soy o no una buena amiga, pero sé que tengo buenos amigos. No los cuento por decenas siquiera, al contrario, en mi caso aplica “de lo poco bueno” y me siento muy afortunada por ello.
A mí no me importa si llamas a las tres de la mañana llorando o riendo, o nomás, porque te dio el insomnio desvelado y quieres  platicar. Tampoco me importa si eres una queja eterna, ya saldremos adelante. Y si me buscas para reír, chidísimo, a mí también me hace mucha falta orinarme a carcajadas.

Me dicen las malas lenguas que si de pronto me siento sola es que tengo que conocer más gente, otra, que hagan cosas distintas, que me retroalimenten distinto. Yo les digo a las malas lenguas que te necesito a ti, con tus demonios y tus sonrisas. Que vengan esas otras personas a poblar mi mundo, a compartir experiencias de vida, pero que te quede claro que para llenarlo, estás tú.

Te mando un fuerte abrazo. Te extraño.
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