Me quedó mi frase en la cabeza, ha ido venido en cada alto y siga, en cada carril de derecha o izquierda, mientras me estacionaba, mientras preparaba unas quesadillas para cenar (confieso que hice una pausa para arrullar a mi pequeño chimpancé) y trato de aclarar mis ideas al respecto mientras escribo.
¿Para qué estamos los amigos? Para divertirnos, lamentarnos, amarnos, mentar madres y echarnos a perder los unos a los otros. Yo no sé si soy o no una buena amiga, pero sé que tengo buenos amigos. No los cuento por decenas siquiera, al contrario, en mi caso aplica “de lo poco bueno” y me siento muy afortunada por ello.
A mí no me importa si llamas a las tres de la mañana llorando o riendo, o nomás, porque te dio el insomnio desvelado y quieres platicar. Tampoco me importa si eres una queja eterna, ya saldremos adelante. Y si me buscas para reír, chidísimo, a mí también me hace mucha falta orinarme a carcajadas.
Me dicen las malas lenguas que si de pronto me siento sola es que tengo que conocer más gente, otra, que hagan cosas distintas, que me retroalimenten distinto. Yo les digo a las malas lenguas que te necesito a ti, con tus demonios y tus sonrisas. Que vengan esas otras personas a poblar mi mundo, a compartir experiencias de vida, pero que te quede claro que para llenarlo, estás tú.
Te mando un fuerte abrazo. Te extraño.
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