Todos los días de regreso a mi casa paso por varias dulcerías, me encanta ver colgando coloridas y variadas piñatas en sus portales, como invitándome a entrar.
Lo curioso es que odio romper piñatas, las veces que de niña participé en alguna fiesta infantil rompiéndolas me sentí absurda golpeando, rodeada de gente gritando vítores y consignas "dale dale dale" o críticas como el mentado "no comió frijoles"; otras veces, la mayoría, me sentí ridícula deambulando con los ojos vendados y siendo objeto de risas de los demás (cuantos cochinos traumas, tendré que tomar terapia).
Nunca me ha gustado romper piñatas pero ellas me gustan. Adoro sus caras felices esperando que les rompan la crisma (también adoro las paradojas), con sus papelitos de colores por vestido y sus panzas rellenas de dulces, con los brazos abiertos invitándome a que se me piquen todas las muelas.
Me fascina esa invitación para entrar en las dulcerías, su olor azucarado, las voces que cuando piden precios se ensordecen por las cajas de cartón, las bolsas de papel celofán y los platos desechables; los paquetes apilados de churritos, los confetis y globos de miles de tamaños y formas para celebrar a voluntad.
Me encantan las dulcerías. Si alguna vez tengo un negocio propio, sí, ya sé, una editorial sería lo adecuado, una librería, sí, bueno, pero... me encantaría tener una dulcería, tal vez también pueda vender ahí libros infantiles.
2 comentarios:
Qué idea tan maravillosa: una dulcería de las de antes, con las vitrolas llenas de golosinas, y además los coloridos libros infantiles...
Objetos bonitos sí, es indudable.
¡Cuidado! Mamá dulcera con niña nueva, ¡cuidado!
Publicar un comentario