Una mona estaba en la ventana del primer piso. De esas de plástico duro, con marcas de tinta azul en la piel, con tres pelos que trajeron a mi memoria un poema de Cristina, con la mona pelona como protagonista. Era febrero, éramos veinteañeros, éramos felices, como hoy. La vida no había traído nada para ambos, tal vez una incipiente relación trunca, hasta que algo te hizo marcar mi número e invitarme un café turco. Esa tarde salimos del Madoka, enmarcado por un sol gris naranja, tu mano eléctrica abrió la mía, me hizo sonreír y mirar por la ventana en donde estaba ella espiándonos, desnuda, detrás de un vidrio roto, como su cuerpo. Siempre que recuerdo esa tarde sonrío, recuerdo el azul de tu coche, tu mano eléctrica y la mona pelona en la ventana, y que la vida, el futuro y la felicidad eran nuestras, que la promesa era nuestra.
Después de varios años la vida nos ha traído más vida, el presente es el que nos pertenece y la felicidad se ha renovado y vive en nuestra casita al pie de la colina. La mona, parece que sigue ahí, mirando por la ventana, tiesa, seca, pelona, sola.
P.D. Tienes un DM. Te invito un café turco.
1 comentario:
Una mona pelona y tiesa. Un café turco. Una mano eléctrica y el sol gris sobre un toldo azul. No puede haber mejor obertura para su obra. Mejor epígrafe. Mejor sueño. Ah, doña Herminia, es un gusto leerla otra vez. Un abrazo.
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