Nadie puede culparme por escribirte, Herminia
ni por dejar las luces prendidas del camino, para que me
sigas
para que vengas a decirme que la tierra está en el mismo
lugar.
Así es siempre, me dijiste,
y yo me levanté y te seguí los pasos para ver el mundo
ese en el que haces las veces de mucama de sueños
de cocinera de espantos.
Nadie puede venir a decirte Herminia
que no supiste corregirme la cordura
ni pintar de negro la
alcoba
que se empeña en mojarme los pies hasta despellejarlos
y se obsesiona con descarrilar la vacuidad de mi reflejo.
Te hace falta bañarte en sol, me dices,
y me quedo pensando en las sonrisas que emanan de sus rayos
en las lágrimas sonoras que se secan a gotas
que limpian con calor mis córneas dilatadas.
Yo soy quien no entiende de sueños, te digo
y me regreso buscando las huellas que dejé en el camino
contrario
las que borré con olvido, con ganas de tierra.
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