Las lecciones más valiosas han venido a mí de las personas más sencillas, en los momentos que parecen más intrascendentes. Un café como pretexto y las muchas ganas de charlar con las moiras me llenaron de esa paz que tanto me transmiten y de esa sabiduría que me inyecta de fuerza cada que nos vemos.
La charla acerca de la familia, la profesionalización, la salud, los terrores financieros y el pequeño puñado de canas que recién nos han aparecido, para muchos parecería insulsa, cotidiana, incluso obligada, para ponerse al día, para seguir compartiendo, para conservar amistades, o para mostrarnos "irreconocibles" ante aquellos que esperan otra cosa de nosotros, que creen que ya no somos las mismas personas. La charla con las moiras me dice más de lo que enuncia; contra todo pronóstico me recuerda quién soy, por qué hago lo que hago (aunque una vez más suene absurdo) y que es muy probable que el secreto de la felicidad esté en vivir con paz, a tiempo, en tiempo, sin prisas ni añoranzas.
Le doy vueltas al asunto y pienso que hoy me gusto como soy, con todo lo que implica, que jamás volvería a ser joven y que tampoco quiero ser más vieja. Por nada del mundo volvería a la juventud que me ha representado un largo camino para tener la experiencia que hoy tengo, la mente y el corazón que hoy ocupan mi cuerpo. Durante todo este tiempo he aprendido a confiar, a perdonar, a ofrecer perdones, a amar, a forjarme la vida. Tiempo al tiempo, dicen, vida a la vida, digo yo.
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