Tal vez sea tarde para escribir este post, sin embargo, la muerte de Saramago sigue fresca en mi mente y sigue doliendo.
Su obra me encontró. El otoño de 1998 leía el periódico, específicamente las novedades literarias recomendadas, y un título atrajo como imán mi atención: Todos los nombres. Jamás había leído nada del autor y me pareció una buena oportunidad para conocerlo, pero debía esperar a que llegara la quincena, ya que como estudiante de la licenciatura en Letras que era en aquél entonces, mi economía era escasa (por no decir deprimente). Dos semanas después, de nuevo leyendo el periódico, Saramago ganó el Nobel de literatura, qué bueno por él y por su obra, qué malo para mi economía, no pude comprar el libro, que duplicó su precio sólo por ello, y me hice a la idea de comprarlo después, tal vez en diciembre, con el aguinaldo.
Mi mejor amigo, también letrado, vino de visita a estas tierras tapatías y su lectura en turno era El evangelio según Jesucristo (que terminó de leer durante el viaje); vi que era del mismo autor y le conté la triste historia del ranchero enamorado que no pudo comprar su librito de los nombres; yo creo que fue tan triste que sin pensarlo me regaló el libro. En ese momento comenzó mi viaje por su obra, maravilloso, ensoñado, crítico, divertido y ácido.
Saramago es mi escritor favorito (cualquiera que me conozca bien lo sabe, mis queridos amigos me dieron el pésame el día de su muerte, como saben que lo quiero tanto); él me ha hecho soñar, cuando leo alguno de sus libros, cosas fantásticas que me han hecho escribir sobre ángeles, hilos de plata y perros de las lágrimas.
Nunca olvidaré el día que como fan adolescente, hice fila con mis amigas más de cuatro horas para que me firmara un pequeño libro: El cuento de la Isla Desconocida, es de mis tesoros más preciados junto con la firma de García Márquez. Tampoco el día que afuera del Paraninfo de la UdeG (mientras hacía fila para que García Márquez me firmara un libro que no tenía mi nombre –ese es tema de otro post–) casi me apachurra una camioneta y cuando volteo a la ventanilla para reclamar, un sonriente Saramago me hizo un ademán de saludo moviendo su cabeza.
Su muerte me sorpredió la otra mañana mientras me preparaba para el trabajo; muchas veces pensaba que llegaría el día, en cómo sería, en qué sentiría. Ahora sé que me duele, que lo admiro y que le agradezo tantas letras.
Gracias a mi señor de Portugal por tanta grata lectura, por hacerme soñar, leer, criticar y admirar.
Gracias Saramago, desde acá, en este valle de lágrimas te sigo leyendo.
2 comentarios:
La muerte de Saramago no sólo ha supuesto una desgracia cultural, sino que en mi caso particular ha supuesto también una pérdida personal, para mi Saramago era una persona cercana que me ayudaba a pensar el que el mundo era un sitio hermoso de una forma muy crítica. Lo siento tanto por su mujer Pilar, que el día del funeral no pude evitar pasarmelo llorando de tristeza.
Muy buen blog el suyo, lo seguiré.
Un saludo desde Valencia.
Yo también pensé en Pilar esos días, sigo pensando en ella. Compartamos entonces este duelo por Saramago.
Muchas gracias por visitar y seguir mi blog.
Soy amante de las vacas, me encantan.
Saludos desde México.
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