A veces me pongo a pensar en qué momento llegué a ser madre, de qué manera aprendí muecas, sonidos, risas, canciones y juegos para comunicarme con ella; cómo es que J. y yo somos padres y usamos el callado idioma que inventamos, después de su primer respiro, para hablar de ella.
Sakura está enferma, nada grave, pero han sido días que me abruman pensando si hago bien tal o cual cosa, hablándole a su pediatra (quien paciente me explica qué hacer y cómo y contesta todas mis llamadas). Me abruman porque no hay gramática perfecta que me enseñe a ser madre ni amores que no lloren cuando sé que no está del todo bien.
Lo que está más que bien es que me respondo que llegué a ello de la manera más sencilla y genuina (absurda, de hecho): siendo madre. Desde que vi la prueba de embarazo positiva, durante cada semana que aprendía cómo iba creciendo, hasta que sentí todo su hermoso cuerpo saliendo del mío y me di cuenta de que soy una guerrera por y para ella.
Porque gracias a Sakura he aprendido que no hay sacrificios en esto de ser madre. Hay dedicación, esfuerzo, ganas de mirar para siempre esa sonrisa y oir su gruesa voz llenando mi espacio.
Alíviate preciosa, aquí está tu madre para cuidarte y amarte para siempre.
2 comentarios:
Muy bien, este camino es para los guerreros. Un saludo.
Creo que Sakura se sentirá muy orgullosa, han sido unas líneas muy bonitas. Darbo.
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